Siempre me ha cautivado el diseño de esta casa. Pero no me refiero al asombro, o estupor, que muchas veces nos provocan las creaciones vanguardistas y transgresoras. Más bien apelo al encanto que nos causa un espacio vivido, que nos da la sensación de que siempre ha estado ahí, en donde nos imaginamos proyectando momentos imborrables, y al mismo tiempo, evocando recuerdos de nuestra infancia, aquella de veranos interminables y atardeceres junto al mar.
La arquitecta Paula Gutiérrez ha diseñado su propia casa de verano en el pueblo costero de Zapallar, en la V región de Chile, siguiendo una premisa arraigada desde su propia niñez: “Voy a hacer una casa como la que yo dibujaba cuando era chica en el colegio. Una con un techito así (dibuja en el aire un techo de dos aguas) que tiene tejas, una chimenea y un arbolito al lado”.
Y si bien el proceso fue mucho más arduo y complejo, el resultado ha cumplido cabalmente este anhelo. Por un lado, el estilo de la vivienda nos remite inmediatamente a los pueblos costeros del Mediterráneo: muros blancos y techos de tejas, arcillas y tonos terracota, los olivos, los matorrales verdes y las terrazas hechas con paredes secas de gran perfección que caen al océano.
Pero también, estos materiales nos hablan de la tradición arquitectónica del campo chileno, marcada por una fuerte influencia española, y que funciona de manera perfecta en un lugar como Zapallar, en el que la frontera entre el campo y la playa parece esfumarse por momentos. “La naturaleza es muy fuerte y muy sutil a la vez. No necesitas copiar, sino interpretar lo que está pasando alrededor. Absorber el lugar, sentarte a mirar y ver qué pasa”, agrega Paula.
El paso del tiempo ha contribuído a que la casa se haya asentado en el terreno, el cual cuenta con una pendiente que influyó en que la vivienda se construyera en tres niveles: el primero alberga las áreas sociales, servicios y la habitación principal; más abajo, habitaciones secundarias y zonas de estar. “Tiene esa luz preciosa de las casas chilenas”, enfatiza la arquitecta. Y es que, al igual que la luz, los elementos tradicionales de la arquitectura vernácula se imponen con soltura en el interior: el cielo raso ha sido revestido en varillas de coligüe (una especie nativa de bambú), el suelo está cubierto de mármol travertino rústico dispuesto en forma de tablones, y los muros poseen un estuco que recuerda al adobe y la cal. A su vez, el paisajismo ha sido especialmente cuidado para no intervenir en demasía, con el fin de conservar la vegetación de la zona.
Quizás donde más se evidencia esta atmósfera evocativa es en el interior. Y es que tal como se armaban las casas de playa “de antes”, se entremezclan en el espacio de manera totalmente espontánea recuerdos de viajes, muebles heredados junto a piezas de alto diseño, y también, tratándose de la casa de una arquitecta e interiorista, prototipos de piezas realizadas para diversos proyectos.
Así es como junto a un sofá heredado original de Mario Matta, uno de los pioneros del diseño local, se sitúa una mesa de centro de espejo que refleja en la noche las varillas del techo y las luces de la chimenea; mantas tradicionales de Doñihue (utilizadas en la ves- timenta tradicional chilena) reposan sobre algunos muebles, que han sido revitalizados con pátinas claras o tapices más modernos.
Esta segunda vivienda reúne recuerdos, historias y anhelos que nos hablan de la vida de sus habitantes en primera persona.
Arquitectura + Interiorismo Estudio Paula Gutiérrez
Por Cristián Gálvez Capstick
Fotos Ana María López + Cristóbal Valdés