Tres décadas de trabajo como artista en las que Ricardo Pinto (México, 1972) se ha dedicado a su oficio con la devoción y la soledad de un corredor de fondo, hay algo que hoy podemos afirmar: Pinto es el pintor abstracto más importante de su generación. Donde la mayoría de sus contemporáneos se han obnubilado con la emergencia y la celebración del arte conceptual y los nuevos medios, y han tratado de hacer pintura que se mimetice con el discurso de “lo contemporáneo” para obtener el favor curatorial.
Ricardo Pinto ha mantenido viva una tradición que hoy cumple cerca de un siglo; la del arte abstracto. Vasto, propositivo y sin complejos. No parece, sin embargo, que Pinto se haya decidido por la pintura o por la abstracción como una estrategia de carrera. Ni se encuentran en Pinto o en su discurso las actitudes gazmoñas de quienes pretenden defender a la pintura como única forma válida de expresión.
El propio Pinto ha desarrollado una práctica de fondo en la obra gráfica, y ha mantenido desde hace años un diálogo con la arquitectura, el diseño e incluso elarte de la calle. Sus incursiones en este campo, sin embargo, han sido deliberadas y meticulosas. Vale la pena resaltar las intervenciones que ha hecho en cerámica o incluso con el diseño de celosías que constituyen verdaderas piezas arquitectónicas.
Las exploraciones de Ricardo Pinto más allá de la tela se sienten sólidas y enriquecen incluso el propio discurso pictórico. Lejos de modas u ocurrencias, su pintura y sus incursiones en otros medios revelan de manera evidente el lenguaje de un universo propio, de un abecedario definido con el que el artista ha decidido jugar durante los pasados treinta años.
Miembro del Sistema Nacional de Creadores, varias veces beneficiario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, y de becas y residencias internacionales, Ricardo Pinto se ha mantenido, sin embargo, de una manera u otra por debajo del radar. Es sabido que el mundo del arte se asemeja cada vez más al mundo de la moda, en donde el artista en muchas ocasiones ha tomado el papel de celebridad.
Dando cuenta y detalle de su vida privada en las redes sociales y ufanándose de ser amigo de otras celebridades o de tener una vida perfectamente “curada”. En contraste con esto, Pinto ha dado el lugar protagónico a su obra más que a su persona, y hay algo que se vuelve evidente en una revisión de su trayectoria, y es que Pinto ha hecho una apuesta por la profundidad. Son un puñado de artistas contemporáneos los que han tenido el tesón para hacer este viaje a fondo.
Tal ha sido la urgencia de los nuevos medios y de la pantalla de nuestro teléfono celular, que parecería imposible avocarse a la exploración de un medio arcano y difícil como la pintura y de mantener ese esfuerzo en el tiempo.
En este sentido, viene a cuento la figura de Lucian Freud, que por setenta años se dedicó a explorar el que es probablemente el canon más antiguo del arte universal; la figura humana en la pintura, el grabado y el dibujo.
Tendencias y vanguardias fueron y vinieron y Freud se convirtió, al permanecer, en el pintor figurativo más importante del Siglo Veinte. Resulta refrescante hoy en día encontrar a un artista como Pinto. No un camaleón de feria de arte ni un veleta preocupado por el sabor del mes, sino un artista abstracto sólido y coherente que por eliminación ha dejado al resto detrás. Su tiempo ha llegado.
Por Martina Prat
Obra de Ricardo Pinto