Se pierde en la bruma de los tiempos cuando apareció la proeza técnica más importante para la supervivencia humana: entrelazar, trenzar, hilar, urdir. La acción de transformar materiales para reunirlos en un objeto útil no puede ser calificado más que de asombroso, porque vivir en un desierto o en una llanura de lluvia de temporal o en una selva húmeda, requiere de un gran ingenio sustentado en un extraordinario poder de observación y una gran destreza manual.
Extraer fibras de una planta, remite al curtir de las pieles, que probablemente fue primero, pero luego la incesante experimentación con lo que se tenía a la mano produjo la serie de elementos que van del mecate a la red, al entramado de varas y palos en casas, de hojas y ramas en petates y canastas hasta los finos hilos del telar.
Para todo lo anterior en Mesoamérica se utilizaron las fibras de agaves y yucas, así como algunas fibras de pasto y dos especies de algodón: el blanco y el marrón. También el cáñamo, el tzitzicaztli (Urtica caracasana), llamado algodón de árbol. Incluso, aunque en menor grado, se utilizó la hoja, la hierba e incluso fibras de corteza.
Tanto asombro y respeto suscitaban todas estas actividades que se les otorgó un origen divino, todos los pueblos tenían su divinidad del tejido, en su mayoría era una personificación de la luna y se asociaba con la cuenta calendárica. En el Códice Dresde, los mayas abren la cuenta de los días, mostrando a la diosa Ixchel con un telar, donde se registrará el paso del tiempo como se pasan los hilos en un telar. Lo mismo los aztecas reconocían que la diosa Xochiquetzal, aparte de la cuenta de los hilos, llevaba la de los días.
El aprecio y respeto por el tejido pasó de la consideración divina a la consideración comercial, porque cuando se exigía tributo había que pagar con lo más precioso y eso era precisamente el número de mantas de diferentes orígenes, tipos y adornos para las necesidades del imperio.
Tan sólo en una de las páginas de la Matrícula de Tributos se detalla que de Cuernavaca cada 80 días, se recibían: 400 mantas de color rojo como tuna; 400 mantas con cenefa, a dos colores; 400 colchas o cubiertas; 800 mantas de algodón; 400 pañetes o bragas; 200 camisas de mujer y 200 faldellines; 1200 mantas comunes, Haciendo un total de 4200 piezas, tejidas todas a mano por mujeres.
Desafortunadamente el clima de nuestro país no permite la conservación de material textil y sólo se conservan pocos, pero preciosos ejemplares obtenidos, sobretodo de lugares secos y calientes, así como en alguno que otro, en enterramientos fuera de estas zonas.
Lo anterior da la impresión de que en Mesoamérica sólo existió la arquitectura, la escultura y la cerámica, pero esto no es así, prueba de ello son los innumerables artesanos y artesanas que siguen conservando la tradición del tejido en casi todas sus modalidades y variantes. Apreciar lo que ellos hacen es honrar nuestro pasado, nuestra historia y sobre todo reconocer el asombroso esfuerzo tecnológico que significó crear una civilización de más de 12,000 años.
Por Yuriria Robles Aguayo
Fotos Cortesía archivo personal