La esencia artística de los pueblos mesoamericanos se integró a su observación del espacio celeste y terrestre. Observaron detenidamente el territorio y sus orientaciones espaciales así como la fauna y flora de las cuales dependía su subsistencia. Necesitaron comprender la interrelación de todo su entorno para sobrevivir y florecer.
El conocimiento se configuró paulatinamente, por espacio de 10,000 años, porque los restos prehistóricos así lo demuestran, aunque los sitios arqueológicos evidencian la observación sistemática y completa, tanto del cielo, como de los ciclos de la tierra, por lo menos desde hace 3500 años. Es posible apreciar el sentido estético, el mito y la cosmología mesoamericana en cada enclave grande o pequeño, no solo en sus elementos individuales como monumentos, relieves, esculturas y pinturas, sino más bien en su conjunto es decir en la ordenación y distribución de sus complejos ceremoniales.
Apreciemos la inteligencia de los pueblos mesoamericanos que llevaron las observaciones y señalamientos de sus ancestros a un desarrollo y refinamiento que apenas comenzamos a comprender. Lo que sigue es una manera diferente de apreciar su arte y su diseño tomando en cuenta el entorno completo. Cada vez que visitemos un sitio arqueológico, abarquemos con la mirada al paisaje, incluyendo el cielo. Identifiquemos por donde amanece y donde atardece, cual es el centro y la edificación más alta y si es posible subir, realicen una observación esférica es decir 360°, esto es no sólo a nivel de horizonte también incluyan la esfera celeste.
De preferencia acudan lo más temprano posible o lo más tarde que el horario permita porque así entenderán porque se elegía un sitio especifico. Los enclaves arqueológicos no sólo tenían un propósito de defensa, más importante era extender la mirada más allá de lo posible tanto en tiempo como en espacio.
Entonces aprendamos a identificar los puntos cardinales en un sitio arqueológico, ya que esto ayuda a comprender las construcciones, por ejemplo: la edificación más alta tiene un punto fijo de observación hacia el norte que es la estrella polar, como sucede en el castillo de chichen Itzá. Las fachadas que miran hacia el este tienen personajes alados o con halos, que semejan al astro rey, tal es el caso del templo del sol en Palenque. En cambio hacia el oeste, encontramos templos que ven los elementos celestes descender como es el sitio de Tulum que presenta además esculturas con dioses descendentes.
Asistir en momentos astronómicos específico del año es realmente un espectáculo, como son los solsticios de verano o invierno o los equinoccios de primavera y otoño. Los fenómenos de luz y sombra pueden observarse incluso dos días antes o posteriores al evento específico para evitar aglomeraciones.
Entendamos que los fenómenos de luz y sombra no solo constituían una curiosidad, sino más bien eran marcadores importantes del tiempo y las actividades de la comunidad se programaban en torno a las diferentes horas y posiciones de los astros.
Orientar nuestro espacio hacia el amanecer y su luz, es radicalmente diferente a la orientación que ve el anochecer. Si nuestras casas o espacios están orientados hacia el norte tienden a ser más fríos y oscuros mientras que los que lo hacen al sur tendrán una iluminación más variable acorde con las posiciones cotidianas del sol y de la luna.
Permitamos que los Mesoamericanos nos enseñen a ver nuestro entorno completo, porque de esa mirada incluyente, podremos incorporar a nuestros espacios interiores y exteriores, los juegos de luz y sombra que tanto fascinaron a nuestros ancestros.
Por Yuriria Robles