La cultura mesoamericana aprendió de la naturaleza a llenar su entorno de color. Toda superficie era digna de ser pintada, incluso el mismo cuerpo. El tamaño era irrelevante, todo debía ser cubierto de color ya fuese enorme como los templos y pirámides o diminutas como en las esculturas. El sentido del color daba cuenta de la esencia, del significado, conformaba el mensaje, no estaban preocupados en crear un arte realista, sino más bien en transmitir claramente el significado de lo que se plasmaba. El color era un medio para enaltecer una cualidad divina deseada y obtenida a través de este. Todos sabían de dónde venía el color, quien lo producía y estaban dispuestos a negociar con los pigmentos como si se tratara de algo tan fundamental como el alimento.
Hoy podemos apreciar murales enormes en Teotihuacán (Estado de México), Bonampak (Chiapas), Cacaxtla (Tlaxcala) Cholula (Puebla). Imaginar los enormes templos y pirámides pintados de color, las esculturas en piedra y en cerámica. Incluso en los códices que se conservan vemos la fuerza y contundencia que lograron con el color, unos pigmentos tenían un origen vegetal: como los azules a partir del añil, los amarillos de innumerables flores como el cempasúchil y el negro del cascalote; de origen animal como los rojos profundos a partir de la grana cochinilla y el púrpura de la tinta del caracol pansa, y otros de origen mineral, como la cal, el yeso, la limonita, el cinabrio, la malaquita y utilizaban un mordente como fijador como el salitre o el alumbre, incluso el líquido del bulbo la orquídea.
A partir de estas bases se lograron hasta 30 tonos diferentes. Se trataba de pintura que hoy llamaríamos de agua y lograron fórmulas químicas y métodos para aplicarlos de acuerdo con la superficie. En los amoxtlis o libros pintados se utilizaba una base de yeso, lo mismo para las superficies externas e internas. Es en la tintorería donde se guardó la tradición, porque también teñían espléndidamente toda su vestimenta y hoy la población originaria lucha para conservar los métodos de extracción, producción y manufactura del color.
Imaginar el arte prehispánico colorido es una nueva forma de verlo, de apreciarlo tal como fue. La piedra desnuda no estaba acabada, es el color lo que conformaba y aclaraba el mensaje. Herencia que aún pervive en los pueblos originarios, hoy admirado y reconocido como el “Color Mexicano”.
Por Yuriria Robles Aguayo
Fotos Cortesía archivo personal