Bosco Sodi proviene de una familia en la que la lectura, la música y el arte formaron parte de la vida cotidiana; así que como él dice, no solo creció muy cerca, sino con un input de cultura importante. “Cuando tenía alrededor de ocho años me diagnosticaron dislexia, hiperactividad y déficit de atención y mi mamá, en vez de medicarme como se usaba en esa época, me metió a unas clases de arte Montessori dos veces por semana. Eran los únicos momentos en los que me sentía tranquilo y desde entonces siempre ha sido mi terapia. No me veo como artista sino como alguien que lo necesita para seguir más o menos cuerdo”. La obra de Bosco Sodi se caracteriza por el uso de materiales orgánicos que son impredecibles. Con ellos busca un sentido de temporalidad, de asimetría y de imperfección que acerca su obra a la naturaleza. Creador de monumentales pinturas, de ricas texturas y poderoso cromatismo hechas a base de arcillas, agua, fibras naturales, pigmento, aserrín, pulpa de madera y pegamento, grandes esferas y cubos de barro, cerámica, costales de yute intervenidos y enormes piedras volcánicas.
“Mi obra tiene mucha influencia de la estética japonesa, de la filosofía del Wabi Sabi en donde el accidente, el paso del tiempo, el no control, hacen las cosas únicas e irrepetibles. Esta parte de la personalidad y la pátina de la pieza me interesa mucho. No busco la perfección sino lo único, lo irrepetible. Mi evolución no ha sido lineal, me baso mucho en los procesos. Me interesa más el proceso que el resultado. Mi evolución está basada en la investigación, en retar a los materiales, ver hasta qué tamaño se puede hacer una esfera, llevar los accidentes hasta el máximo”.
En 2014 fundó Casa Wabi en Oaxaca, un centro cultural dedicado a promover el intercambio de ideas entre artistas de todas partes del mundo diseñada por el arquitecto japonés Tadao Ando. Tiene un estudio en Nueva York en Red Hook y otro en Grecia, pero tenía la necesidad de unas nuevas oficinas para Casa Wabi y por otro lado quería preparar un gran espacio para su obra con un muy buen estudio listo para entrar el día que lo necesite.
Recientemente inauguró en la Ciudad de México ‘Sabino 336’ un nuevo espacio de arte en donde desde hace 7 años tenía una bodega industrial en la colonia Atlampa. Ahí conservaba la obra que cada año ha ido guardando para sus hijos. Consultó con el arquitecto Alberto Kalach y decidieron derribar la bodega y hacer dos pequeños edificios. En el primero las oficinas y una sala para dar exposición -sin ánimo de lucro- a artistas mexicanos emergentes que aún no tienen una galería que los represente porque Casa Wabi tiene un peso fuerte dentro del arte contemporáneo. “Los inicios son muy complicados y si le puedes echar la mano a un artista en los primeros pasos, le puedes cambiar la vida”, comenta Bosco Sodi.
En el segundo edificio, están las salas donde Bosco expone su obra y puede re visitarla. “Los artistas estamos en constante cambio y el Bosco Sodi que vio esa pieza hace 15 años no es el mismo Bosco Sodi que la esta viendo ahorita y la pieza también te lleva a encontrar otras lecturas y a encontrar caminos que se te han quedado olvidados o los has descuidado, me ha gustado encontrarme por ejemplo con las piedras volcánicas que hice en el primer momento, porque eso te lleva a recuerdos y a ideas nuevas que se te habían quedado olvidadas. Piezas que no veía hace 13 ó 14 años”.
Exhibe en 4 niveles aproximadamente 60 obras de su colección particular seleccionadas por Dakin Hart, el curador con quien ha trabajado en muchísimas exposiciones y que conoce la obra mejor que Bosco. Le mandaba fotos de vez en cuando para ver qué opinaba, pero básicamente es una selección suya en donde hay piezas de cerámica, los cubos y las esferas de barro que hace en Oaxaca, pinturas de Nueva York, una serie de pinturas blancas con ramas impresas que es un homenaje a ‘pintura sobre fondo blanco para la celda de un solitario’ de Miró que están en su Fundación en Barcelona y a las que Bosco iba a contemplar constantemente cuando vivíió allá. Hay unos costales que hizo durante la pandemia en Casa Wabi, otros costales de arroz que hizo en Japón hace un par de años.
“Cuando empezó la pandemia nos mudamos a Puerto Escondido para estar con espacio, junto al mar. Las piezas de barro que hago tardan muchísimo tiempo en secar, a veces hasta un año y a las dos semanas ya estaba el estudio lleno de barro y ya no tenía nada que hacer porque como te digo es una terapia para mí. Todo estaba cerrado así que no había donde comprar bastidores, donde comprar telas, nada y un día que trajeron la compra del mercado en estos costales todos viejos, usados y rotos, me quedé fascinado con ellos porque tienen mucho que ver con el Arte Povera y este tiempo de la pandemia se asemeja al de la posguerra con el mismo sentimiento de miedo e incertidumbre, así que mandé a la gente a comprar todos los sacos que encontraran, que fueron como 200, y me dediqué a hacer una interpretación -muy abstracta obviamente- del sol o de la luna que me tocaba ese día. Hice uno diario y cada vez que voy para allá lo sigo haciendo.
Salió de la necesidad de encontrar algo con qué expresarme y han tenido mucho éxito porque son muy bellos estéticamente, pues la yuxtaposición del óleo, que es un material brillante, con el saco que lleva la pátina del tiempo, hacen un juego entre lo nuevo y lo viejo muy interesante”, comenta Bosco Sodi.
“Está también la reproducción del muro que primero hice en Washington, luego en Londres y después en Amberes, cada vez con una distinta idea. El de Washington tenía un tinte político contra Trump en Washington Square Park que fue un éxito impresionante porque lo montamos muy temprano con la idea de que se quedara como una pieza escultórica por ciertas horas. A las 3 pm había una cola de 10 cuadras de gente esperando deshacerlo llevándose un ladrillo. Esto te habla de lo efímero que puede ser cuando la gente se junta a deshacerlo. Luego me plantearon hacerlo en Londres, donde curiosamente coincidió con una visita de Trump y lo pusimos por donde pasaba el gay parade y fue también un gran éxito pero tuvo mas tinte de género, de barreras sociales. El de Amberes tuvo mucho menos gente porque lo hice dentro de la galería con la que trabajo y lo bonito fue que cada ladrillo se vendía en 50 euros y se juntaron como 50,000 euros para Human Rights Watch. Los ladrillos tienen un sello mío y como la filosofía de mi obra habla de lo único e irrepetible y están quemados en hornos de leña que los hacen únicos y muy bellos. Algunos me mandan fotos de cómo los tienen en sus casas. Unos como objeto precioso, otro con una plantita arriba, muy bello”.
“Con Alberto Kalach tengo una buena amistad, él hizo los jardines de Casa Wabi en Puerto Escondido, hizo una torre ahí mismo, hemos hecho bastantes proyectos juntos. En este proyecto en particular hubo mucho diálogo. Yo quería un espacio muy sencillo en el sentido de los materiales con los que trabajo, ladrillo, concreto, madera y acero, que también son los que usa Alberto, por eso lo escogí a él. No quería algo que necesitara mucho mantenimiento ni quería un espacio en donde la obra dominara la arquitectura pero tampoco que la arquitectura dominara la obra. No quería una caja blanca donde los cuadros lucieran perfecto sino que quería un espacio en el que pareciera que la obra lleva ahí 50 años”.
Basados en el resultado de Assembly, el espacio de arte que abrió en Monticello, y conociendo las bondades que puede provocar el arte en determinada zona, pensó abrirlo al público. Atlampa resultó ser un lugar idóneo porque en el rumbo no hay este tipo de espacios y con él se puede ayudar mucho a la gente permitiendo que a través del arte pueda explorar en su interior para darse cuenta de la fragilidad y temporalidad de las cosas. “Quiero que el espectador se meta en el cuadro y se deje llevar por él, que saque sus propias conclusiones. No busco la satisfacción inmediata sino algo más profundo, conmover los sentimientos mas íntimos de los espectadores, que se sumerjan en ellos y experimenten ese sentido de fugacidad. Así que esa fue la idea de este espacio, por un lado yo poder re visitar mi obra al no tenerla en cajas, y por el otro, abrirla al público que quiera ir”, asegura el artista.
El talento de Bosco va aparejado a su generosidad. Se rige bajo la premisa de que hay que tratar de dejar un mundo mejor del que recibimos y para eso cada año le presta la casa que tiene en Tokio a 6 artistas mexicanos, les paga el vuelo y les da algo de dinero para que pasen un mes allá expuestos al fuerte impacto estético y cultural japonés. “Solo pedimos a cambio que nos mande dos postales que a veces tienen un dibujo, un poema, una fotografía, un collage, la reseña de su viaje, lo que quieran. Tenemos una muy buena colección con las postales de alrededor de 50 artistas que han ido a la casa”.
La obra de Bosco es tan esencial per se que no pide ninguna intelectualidad ni ningún conocimiento, entra muy bien en todas partes porque conecta mucho con la esencia del ser humano. Es una obra que no tiene barreras porque no habla de un tema en específico ni contextualiza con una cierta cultura pero donde la conexión espiritual entre el artista y la obra es patente.
“Me parece que el mundo del arte está fuera de contexto, los precios,- e incluyo los míos porque no me rasgo las vestiduras-, son absurdos, la cantidad de dinero que se mueve es una locura. Pienso que eventualmente tendrá que haber un replanteamiento para lograr que sea mas sustentable, mas equilibrado, y es lo que yo trato de hacer en casa Wabi”, Bosco Sodi.
Arquitectura de Alberto Kalach
Por Corina Armella de Fernández Castelló Fotos de Arq. Alfonso López Baz