6 meses sin salir de México. Un viaje a California se convirtió en la experiencia memorable que me ha marcado y quiero compartirles.
El aeropuerto de la Ciudad de México con más pasajeros de los esperados y más disciplina de la creible fue la linea de partida. Todo mundo con cubrebocas, sin empujones, donde abordar al final es el nuevo privilegio de quienes viajan en primera clase. Aterrizamos en SFO y emprendimos por carretera rumbo al Valle de Napa desoyendo algunas sugerencias de no hacerlo a causa de los incendios que arrazaban grandes extensiones y destruían cientos de construcciones. En el trayecto hicimos escala en busca de comida. Nos estacionamos frente a una sucursal de la franquicia que vende nuggets y hamburguesas de pollo. Un tanto pasmados veiamos una larga fila de drive thru y varios cajones exclusivos para online orders pick up. Decidimos bajar a ordenar en el sitio. Las sillas sobre las mesas y un solitario cliente en la fila delante de nosotros. Ordenamos, salimos y comimos en el estacionamiento dentro del auto. Observando y reflexionando ¿Presagio de lo que vendría?
Continuamos hacia nuestro destino: Yountville, hermoso pueblito en el corazón del Valle de Napa. Washington Street es su columna vertebral, normalmente llena de visitantes acudiendo a sus vinaterías, tiendas de especialidad, panaderías y excelentes restaurantes. En esta ocasión, desierto. Mas que por la pandemia por el temor a los incendios. Elegimos un hotel de dos niveles, pasillos al aire libre donde una bellamente decorada habitación con patio privado se convirtió en nuestro hogar. ¡Ufff! Fuera cubrebocas después de ocho horas. En California el cubrebocas es obligatorio también en la calle. Una romántica terraza fue sede de la cena que nos abría la esperanza de poder comer algo mas que fast food. Había intentado con la máxima anticipación reservar para comer en The French Laundry sin lograrlo. Restaurante del afamado chef Thomas Keller ubicado por decadas en la lista de los mejores de Estados Unidos. Por la mañana del mismo día recibí un correo ofreciéndome una mesa. Antes de la comida, acudimos a una degustación privada en Buccella. Atendidos por su propietaria Alicia Deem, tuvimos una deliciosa conversación acompañada de sus cuatro extraordinarios vinos (buccella.com). Llegamos a la comida que sería en el jardín, pero la mala calidad del aire los hizo movernos a uno de los salones de la antigua casona. Hospitalidad excepcional, servicio con precisión y comida de extraordinaria ejecución. Gran experiencia antes anhelada, por fin lograda. Al día siguiente sería imperdonable irnos sin pasar a Bouchon Bakery también de Thomas Keller. Una baguette, un batard y un croissant para llevar fueron nuestro souvenir de esta visita a Napa.
De regreso a San Francisco con reservación en céntrico hotel de prestigiada cadena. Llegar nos puso de súbito ante una realidad plagada de sensaciones de decadencia. Entrada principal cerrada, todos los huéspedes deben acceder al hotel por el estacionamiento. Ingresamos a un lugar silencioso, semiobscuro, casi abandonado y todos sus bares y restaurantes, habitualmente bulliciosos, cerrados. Ya en nuestra habitación nos preparábamos para otra incierta experiencia. En el afán de asegurar una buena cena para la siguiente noche intenté reservar en uno de los mejores restaurantes de la ciudad: Saison. Pequeño, contemporáneo y sofiticado lugar de 11 mesas que conocía solo por reseñas. ¡Voila! Una mesa en la terraza.
Ningún restaurante para desayunar abierto. A una cuadra una sucursal del café de la sirenita, obviamente, solo para llevar. Al regrasar a nuestro cuarto, estaba siendo aseado por lo que el intento de room service terminó en el pasillo comiendo de pie frente al elevador. Cubrebocas bien puesto y a la calle. Primer impacto ubicados en una de las esquinas de Union Square: la inmensa mayoría de los ostentosos aparadores de las tiendas departamentales y boutiques de exclusivas marcas cubiertos con tapiales de triplay o lámina galvanizada. Los tapiales fueron instalados cuando los disturbios asociados al abuso policial de meses pasados. Con el paso del tiempo lucen deteriorados y pintarrajeados, ni siquiera hacen honor al grafiti. Una ciudad alicaída. Conforme avanzaba el día subía la temperatura ambiente y la gente comenzó a salir a disfrutar como de costumbre su ciudad y hacer algunas compras. Los restaurantes y food courts de los centros comerciales cerrados. El día dió para comer un sandwich refrigerado comprado en una farmacia. En la noche, mientras ibamos en el taxi, mi pensamiento era ¿Cómo un restaurante de 11 mesas podía operar al veinticinco por ciento de capacidad? Llegamos y mi confusión pasó de decepción a asombro. La totalidad del restaurante, exceptuando la cocina, instalado en la banqueta y los cajones de estacionamiento convertidos en pequeñas terrazas individuales de una mesa cada una. Construidas de madera decoradas con plantas, sin techo y confortables sillas daban vida a un restaurante que había abierto días antes después de cerrar por casi seis meses. Meseros en sus impecables trajes, agradecidos por la precaución que les mostrábamos al usar cubrebocas cada vez que venían a la mesa, nos atendieron con su sonriza cubierta brindándonos una de las cenas mas maravillosas de mi vida. Literalmente fine dining in the street. Tengo imborrable esa escena: en nuestra mesa para dos, escuchando la suave música, hombro recargado sobre la fachada de ladrillo y mirando, banqueta de por medio, a esas terracitas hermosas con tres o cuatro personas cada una, quienes vivian como nosotros, un momento de felicidad y abstracción.
Entre los retos que vivimos que demandan fortaleza y voluntad para superarlos, existen oportunidades que no debemos dejar de aprovechar. La vida nos requiere y nosotros a ella, cuidémosla en su más amplio sentido.
Por Aurelio Cadena